Un buen acto

UN BUEN ACTO

Mostré un papel a un hombre,

no me dio más que su nombre,

una mueca de certeza,

y de un poco de inconveniencia.

Se me olvido al instante

lo que quiso decirme,

aquello que quise

y, tal vez, no persiste.

Me senté a su lado…

estaba un poco calmado,

con un olor no deseado.

¡Qué raro!

Persistí en su canto,

tocaba muy bien el silbato,

mejor que bien… ¡no lo digamos!

Es mejor centrarnos.

Me levante rápido,

empezó a moverse de un lado al otro,

me asuste un poco,

pero no fue tan astuto.

Salté con agilidad,

no me dio con su bastón,

me hice de fuerza

y le ayude a cruzar sin vergüenza.

La calle estaba transitada,

él no se arriesgó a accidentarse,

sabía que no veía,

y por supuesto, yo le ayude a pasearse.

No lo vi nunca más,

me di una pequeña vuelta

y se esfumó del lugar,

como un oso se va a invernar.

Supe que hice bien,

a pesar de que lo dudé,

quisieron golpearme,

mas supe alejarme.

Todo fue la sutileza

de ayudar sin elocuencia,
doblegando mi verguenza

y valorando la amistad pasajera.

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