Bienvenidos

BIENVENIDOS...
Aquí encontrarán una blognovela titulada El Corazón Inmortal, relatos escritos por mí, poemas, y reseñas sobre los libros que leo. Pueden escribir cualquier comentario, opinión y crítica. Lo que deseen.

Léelo en tu idioma

jueves, 1 de marzo de 2012

Un Amigo Inalcanzable

UN AMIGO INALCANZABLE


Había una vez una joven de sonrisa hermosa, un rostro que denotaba una felicidad insaciable, con un cabello de color rojo que se mecía en el aire como una bandera ondulante, bellos ojos azules y una figura delgada. Ella paseaba todos los días por un bosque lleno de flores, animales de todos los tipos, los más hermosos riachuelos, cientos de mariposas que revoloteaban formando figuras en el cielo; cerca de las hojas verduzcas, el césped amoratado (el césped era morado, a diferencia del nuestro), inmensas rocas con formas inimaginables, y miles de árboles fruteros, de hojas azules, verdes, rojas y frutas de los más ricos sabores.
Ella vivía en una cabaña de techo tejado, muros de madera con un tono azul marino, una puerta adornada con flores, insectos de colores y gran cantidad de mariposas. Cerca de su hogar, el agua cristalina de una cascada de tonalidad verdosa, muy alta, erosionaban unas rocas en lo más empinado de su cuerpo húmedo como el aire roza la piel, y bañaban delicadamente el lago en el que la joven se baña todos los días.
La joven, a pesar de vivir en un lugar tan hermoso y perfecto, no está conforme con su vida. Desea tener un amigo, al menos uno con el cual jugar, pasear por el bosque, charlar, dormir, contar cuentos, cantar, y consolarse el uno al otro. Siempre le pedía a Dios que le enviará uno algún día, pero no obtuvo una repuesta hasta una mañana.
Sí, ella habló con Dios, o más bien, escuchó a Dios.
Una mañana despertó muy temprano y volvió a rezar. Le pidió a Dios un amigo, sólo uno y se conformaría, y escuchó una voz celestial, pura y honesta, que le susurró desde muy lejos, desde el lugar más lejano del universo, y más allá de éste: 
—Busca en el bosque…
­—¿En el bosque? —se preguntó la niña entre dientes.

Pero no objeto a las palabras, y se vistió con sus mejores prendas (un ropaje entero de color café con la parte de arriba marrón que mantenía al descubierto su cuello y parte de su pecho, y unos zapatos de punta color café claro). Amaino su hermoso cabello y miró su rostro angelical en el espejo. Se internó en el bosque y buscó por doquier a una persona, un muchacho o una muchacha de su misma edad; entre los árboles, los matorrales, el césped alto, los campos abiertos y los lagos.
Y no encontró a nadie. Lo único que rozaba su piel era un viento muy intenso que la atravesaba desde sus pies hasta su coronilla, todo su rostro, y movía su cabello con fuerza.
Al siguiente día volvió al bosque y siguió buscando y buscando, pero tampoco encontró a nadie, a excepción de un hermoso rosal con insectos de todos los colores que movían sus alas con sincronía y formaban lo que parecían letras, pero para ella eso no podía estar pasando, y pensó que era sólo una coincidencia.
No se dio por vencida, y al tercer día, cuando caminaba a la orilla de la cascada, vio a un castor de pelaje rojo comiendo y rasgando lo que parecía ser una nuez (más grande y sabrosa de lo que  podrías imaginar) El castor se le quedo mirando y no apartó sus ojos castaños con motitas doradas de su semblante, no hizo ademán de escapar y siguió comiendo como la tierra se traga la lluvia, lo cual hizo que la joven percibiera una sensación de perpetuidad y un poco de igualdad para con el castor.
Mas volteó su mirada y se abrió paso hacía el norte, y antes de irse escuchó:

—¿A dónde vas?

Ella miró hacía atrás, asustada, sorprendida y extasiada. Pensó por un momento que un muchacho había llegado para acompañarla y ser su amigo (la voz que escuchó era grave y gruesa), pero al único que vio fue al castor. Frunció una de sus cejas, jugo con sus labios y volvió a caminar hacía el horizonte.
El castor también se fue y se adentró en el bosque.
En la noche, la niña volvió a rezar y a pedir un amigo, y volvió a escuchar una voz, la misma voz de aquella mañana, decirle como en un eco susurrante:
Busca en el bosque… busca en el bosque…
—¿Y sí no encuentro a nadie? —preguntó la niña.

Pero no recibió respuesta.
Al siguiente día regresó al bosque y de tanto buscar a una persona, y tan sólo ver ardillas, insectos, mariposas, chimpancés, y osos perezosos, decidió recostarse en un árbol de tronco suave en el exterior (más suave que cualquier tela, pero por dentro más duro que el acero), de hojas rojas y frutas similares a las manzanas, pero mucho más rojas, de un aroma único y un sabor dulce, fresco e increíble.
De tanto mirar a las mariposas revolotear, a las ardillas comer y llevar muchas nueces a sus troncos-casas, y presenciar a los osos perezosos dormir, ella también se quedó dormida.
Pasaron horas y horas, y la despertó una voz armoniosa, dulce, y profunda que le decía en sus sueños:

—¿Estás cómoda, dulce niña? Puedes quedarte el tiempo que quieras. Me gusta tu compañía. 

La muchacha despertó de un salto y miró hacia todas direcciones: entre los árboles a su izquierda, los frondosos matorrales a su derecha y los sonoros lagos al frente, y no alcanzó a mirar a nadie.
Todo había sido un sueño.
—Esas palabras se escucharon muy reales –se dijo ella.
Miró el árbol en el que se había recostado por un momento y volvió por donde había venido, con la desilusión de que no había encontrando a ninguna persona ese día. El amigo o amiga que quería, no llegaba, y eso la desilusionó.

En la mañana volvió a rezar con aún más fuerza y deseo de encontrar un amigo, porque a pesar de vivir sola y haber buscado durante días, el deseo de tener un amigo o una amiga, no se apartaba de ella.
Ese día la misma voz le dijo:

—En el bosque… busca en el bosque… por todas partes… aquí y más allá…

La frase “por todas partes y aquí y más allá” le dio una idea mucho más clara de donde buscar. Caminó durante días por los senderos del oeste, por el césped morado, en medio de los árboles más altos, serpenteando los caminos adornados por las flores más hermosas, en las cumbres más recónditas, y no encontró a ninguna persona.
Acomodó todo lo que llevaba consigo (las provisiones) cerca de un lago muy cristalino arropado por una cascada alta, pero nada en comparación al agua de la cascada cerca de su casa. Comió una hogaza de pan de frambuesa con miel de coco, bebió jugo de la pulpa de una manzana del árbol en el que durmió el día anterior, y se refrescó en el lago bañado por esa cascada.
El susurrar del agua la hizo sentirse amena, limpia y menos pesada que antes. Sentía que flotaba por los aires y que era arropada por un viento cálido y celestial, como si volara por la nube más densa, cálida y esponjada.
Permaneció así hasta que percibió algo, una canción armoniosa y hermosa, la canción más dulce que escuchó jamás:

En los claros campos
De árboles hablantes
Cantan los riachuelos
De la cascada de las nubes.

Luces del norte,
Animales del oeste
Que quieren hacer vítores
A la bella del bosque.

El viento canta fuerte
El aire duerme
Las hojas se mueven
El cielo brilla hasta el oeste.

Cielos de colores,
Césped con tonos celestes
Elegantes nueces
Osos que sueñan siempre.

Profundos ecos en el este
Cientos de mariposas rupestres
Con tantos amigos en serie
Ver es lo que no quieres.

La joven fue a su cuarto y se puso a llorar, más que cualquier día, que en todos los años de su vida; en el pasado no había llorado tanto como ahora. Cuando su llanto fue exagerado y  duradero como nunca antes, sólo pudo decir unas palabras:

—¿Por qué? ¿Por qué no puedo tener amigos? —y por si fuera poco, en la algarabía de su pesar, reclamó a quien no debe hacerlo—. ¿Por qué no me das amigos, PADRE?

Transcurrieron unos segundos hasta que ella pudo escuchar (porque está vez si escuchó) a esa voz pura, honesta, distante, muy distante, y celestial, que le respondió:

—Hija mía, estoy aquí para ti y para todos los demás —ella miró hacía arriba pero no vio a nadie, únicamente escuchaba ese eco hermoso—. ¿Por qué lloras? (Esa fue una pregunta retórica, porque Dios todo lo sabe)
—Porque no tengo amigos —respondió ella sumida en el llanto—. No me enviaste a un amigo o una amiga.
A lo que Dios le respondió:
—Te los envié y no lo hice, hija mía —ella frunció un poco las cejas y siguió escuchando, no se atrevía a interrumpir—. El primer día fuiste al bosque y no te esmeraste en escuchar al viento, el cual te susurraba palabras, te decía que quería hablar contigo y contarte un cuento. Al segundo día, los insectos quisieron jugar contigo una sopa de letras, pero tú no hiciste ademán de jugar con ellos y te fuiste sin darles importancia. Al tercer día, un castor quiso hablar contigo y pasear a tu lado, pero te alejaste de él, y aún cuando le di la capacidad de hablar y te dijo que no te fueras, lo hiciste. Al cuarto día, te recostaste en un árbol y éste te dijo que podías dormir con él todo el tiempo que quisieras, y que él se sentía cómodo contigo, pero te limitaste a ignorar lo que oíste. Al quinto día, caminaste por las cumbres, los frondosos bosques, el césped amoratado, y después de mucho cansancio, te recostaste en la nube de aguas del lago bañadas por esa cascada, y ellas te cantaron una canción de cuna, y lo que hiciste fue despertar y olvidar la armonía, la letra, y el mensaje que te envié. Y hoy, al sexto día, cuando te mostré una luna muy pura, como lo es siempre, y ella quiso hablarte, bañarte con su luz, y cobijarte, rompiste en llanto y no aceptaste su consuelo. El consuelo que Yo te envíe como señal. 
La joven estaba perpleja y aún más triste que nunca. Había visto a tantos amigos, y ellos habían tratado de hacer todo lo que ella deseaba y no hizo caso a sus propias peticiones: jugar, pasear, hablar, dormir, contar cuentos, cantar, y consolarse el uno al otro. 
-¡Qué tonta fui!  -expresó para sí y para Dios—. ¿Por qué fui tan ciega?
—A veces, hija mía, ustedes, mis hijos e hijas, no quieren ver lo que hay más allá de sus ojos, no tienen fe en Mí y no creen en Mis palabras. Se remontan a creer en lo que ven y a olvidar lo que percibe su corazón y su espíritu. Si bien Hice que un animal hablara para que tuvieras un amigo, eso no quiere decir que no puedas tenerlo aún cuando no hable. Todo se trata de respeto entre uno al otro, respeto a la naturaleza, a las aguas, y al mundo entero que Creé para que vivieran. Los amigos están por todas partes y lo único que debes hacer es observar con tu corazón y tus sueños. Recuérdalo, hija mía, y llora por felicidad, por tristeza o por enojo, pero busca consuelo en Mis palabras y Mi amor. Y recuerda que te Amo, y los Amo a todos…
El eco de Dios se esfumó y la joven dejó de llorar de súbito.
—Gracias, Padre mío... !Gracias!
Ahora entendía lo que tenía que hacer. Respetar a la naturaleza, al mundo de Dios, y a todos los seres vivientes que existen y que forman parte de su vida. Ya no quería encontrar amigos, porque ahora sabía que estaban por todas partes; el mundo es un amigo y quiere ser el de nosotros también. Y el mayor amigo de todos es Dios. Nuestro Padre, Amigo, y Compañero en las buenas y en las malas.

Pasaron los años y la joven, cuyo nombre es Cielo, se fue del bosque y se esmeró en hacer amigos y amigas humanas, respeta a todos los seres vivientes que habitan en el bosque y siempre vuelve a visitar al árbol, el lago, al castor, a los insectos y busca consuelo mirando hacía la luna (hacía Dios). Decidió ir al pueblo más cercano e hizo lo que Dios le dijo al tercer día, “Ver aquí y más allá”. Ese día se limitó a oír y no a escuchar.
Ahora observa "aquí y más allá". Y escucha siempre.
Fin.

Derechos Reservados ©A.J. Araya B.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...