CIEN VECES
Cien veces entré
a aquel lugar y sin ceder,
a los insultos… ¿de quién?
De aquellos que querían
obligarme a retroceder.
Querían que peleara,
con o sin espada,
filosa y de hojalata,
que partía como una vaina.
Puntiaguda y filosa,
podía cortarme de una
estocada,
propinarme un dolor de
inmundicia
y regar mi sangre tibia.
Deseché el arma
con aún más problemas en mi
espalda,
todos querían atacarme,
¡y sí!, podían aplastarme.
Salí del lugar con un hueso
roto,
me dieron un golpe a lo insólito.
¿No sé quién fue y no
quiero saberlo,
Quiero creer que no fue
aquel rastrero.
…
Concluí en entrar una
última vez;
esa fue la entrada cien,
en la que también dudé,
pero no pestañeé.
Caminé con mi habitual
paso,
me senté en una mesa,
comí un poco,
pero llegaron de sorpresa.
Me agarraron por todos
lados,
llegó su jefe con un palo,
me dio un fuerte garrotazo
y un gran puñetazo.
Le dije que no era
necesario,
que ya me iba y no me
aparecería,
no buscaría más su
bendición,
y que aún así me casaría
con su hija.
Me fui sin ninguna prisa,
con una larga sonrisa de
dicha,
porque supe que me atuve a
la desdicha,
pero conserve al amor de mi
vida.
Copyright Todos los derechos reservados ©A.J. Araya B.
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